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19/08/2014 / POLO

La clonación de los caballos de polo

Disciplina tradicional como pocas, el polo hoy se abre a una era de alcances inciertos: la clonación. Unos, como Adolfito, están a favor, otros, como los Pieres, en contra. Y hay quienes creen que en el futuro todos los equinos que jueguen en el máximo nivel van a ser replicas idénticas del mejor.

El polo es el mismo de aquel 1975, el año del primer partido registrado en suelo nacional. Y tal vez siga siendo el de hoy dentro de muchos años, pero con una imagen impactante: ocho caballos iguales, exactamente iguales, al mismo tiempo en la cancha.
Quizás finalmente no ocurra, más por algún límite reglamentario que por uno tecnológico. Pero la clonación, cuando baje sus costos, lo hará técnicamente factible. 
En 1996, unos diez años luego de la aparición del trasplante embrionario, el planeta quedo perplejo por el nacimiento de la oveja Dolly, el primer clon conocido de la historia. La técnica tardó un tiempo en llegar al polo, pero llegó con todo. En el 2010, Adolfo Cambiaso organizó un remate que incluía un clon de Cuartetera. La mejor yegua en la carrera de uno de los dos mejores jugadores de la historia. Y estaba en venta una potranquita genéticamente igual a ella. El tenista David Nalbandian (amigo del líder de La Dolfina) y el empresario Ernesto Gutierrez (socio de Cambiaso y entonces presidente de Aeropuertos Argentinos 2000) se la llevaron por 800.000 dólares. Toda una apuesta, dado lo incierto de lo que adquirían.
El año pasado y de la mano de Cambiaso, debutó Show Me, el primer clon en las canchas nacionales. Adolfito, un distinto, un precursor, aceptó con dudas pero con entusiasmo la propuesta de una empresa estadounidense, Crestiview Genetics, de replicar sus mejores ejemplares. “No pierdo nada, yo pongo la sangre y ellos el trabajo”, razonó Adolfito. Y ya tiene unos 30 clones. Claro que no todos están de acuerdo con este método. Por ejemplo, su contrafigura, Facundo Pieres. “Clonaría padrillos y yeguas para criar, por si les pasa algo. Pero no para jugar. Habría mucha presión para que los clones rindieran como el ejemplar original, y en realidad dependen de la cría, la doma, el entrenamiento. Es muy difícil que sean iguales al caballo clonado. Y si no lo son, uno puede “quemar” una yegua de nivel de Abierto de Palermo”, opinó el uno de Ellerstina.
Por ahora, lo que más conspira contra la clonación es el precio del servicio. Mientras una transferencia embrionaria cuesta unos 2.500 dólares si uno aporta la madre, la réplica genética, no estaría valiendo menos de 200.000. Pero  como la tecnología tiende a abaratarse con el tiempo, posiblemente el día de mañana este método se vuelva masivo. Y ya en vez de buscar cruces de líneas de sangre para tener buenos caballos, simplemente se hará un “copiar y pegar” de los mejores. Casi un certificado de defunción para muchos criadores, por cierto.
“En el futuro, el nivel de los caballos será el mismo para todos y la diferencia estará en los jugadores”, cree Alan Meeker, el dueño de Crestview Genetics. ¿Ciencia ficción? Seguramente los aviones, los celulares y las computadoras lo eran para los hombres del siglo XIX.    

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